En el marco del día grande de las fiestas de Nuestra Señora de la Luz, en Guía de Isora, se tuvo un sentido homenaje al sacerdote natural de este municipio del sur tinerfeño, Lucio González que está cumpliendo sus bodas de oro sacerdotales.
Aprovechamos esta noticia para rescatar la entrevista que aparecía en el número de mayo-junio de la revista Iglesia Nivariense:
LUCIO GONZÁLEZ: “DIOS SIEMPRE ME DICE: SÉ CAPAZ DE DIALOGAR, SÉ CAPAZ DE AMAR”
Carmelo Pérez
“Conocer de verdad a Lucio es una tarea compleja. Él es siempre mucho más que lo que ves y más que lo que dice de sí mismo”. La descripción la hace quien fuera una de sus más cercanas colaboradoras en una de las etapas pastorales más intensas del veterano sacerdote, que este año celebra sus 50 años en el ministerio sacerdotal. “En aquellos tiempos, hace ya más de 30 años, Lucio era profesor en el Seminario y en la Universidad, párroco en La Cuesta y responsable directo de Hombres Nuevos y Cursillos de Cristiandad. Yo era una de las jóvenes que trabajaba con él, y recuerdo cómo disfrutaba proponiendo la fe a chicos y chicas que hacía años que no pisaban una iglesia”, refiere esta testigo, que vivió en primera persona el despertar del -en aquel entonces- único movimiento juvenil surgido en la Diócesis.
“El reto era experimentar la Iglesia que proclamaba el Concilio Vaticano II: comprometer a los más próximos y formar con ellos grupos para llegar a las periferias de la fe. Y proponer siempre a Jesucristo como el Salvador y aquel que nos ama de tal manera que nos hace felices en su seguimiento. Así nació Hombres Nuevos, apoyado por Cursillos de Cristiandad. Teníamos en cuenta la realidad psicoafectiva de los muchachos para proclamarles el Evangelio con su lenguaje y sus intereses. Y esto lo hacían chicos y chicas de su edad”, explica Lucio cuando se le pregunta por los orígenes de una realidad pastoral que alcanzó una notable presencia en todas las islas y que, incluso, sirvió de orientación para movimientos similares fuera de las fronteras de Nivaria.
“No todos entendían su preocupación y sus métodos. Seguro que él jamás lo dirá, pero también le tocó sufrir por la incomprensión de quienes, sin haber pisado nunca un encuentro de jóvenes, se atrevían a criticar este trabajo y lo tachaban de superficial o de fuegos artificiales de la fe. Él nunca nos lo decía, pero nos enterábamos y sabíamos que por eso algunas veces estaba más preocupado que de costumbre”, asegura otro de aquellos jóvenes que formaron la Permanente del Movimiento Hombres Nuevos. “La verdad es que le ha tocado ser pionero en buena parte de los destinos pastorales que le han asignado, y eso quema mucho”, añade.
Lucio insiste en que no guarda memoria de ello. “No recuerdo ninguna tristeza, ninguna. Sólo alegrías, la mayor de ellas ha sido que el Señor me haya llamado al sacerdocio y haber tenido unos padres y unos hermanos que se alegraron de ello”, contesta con rotundidad.
Precisamente, la vocación sacerdotal ha sido otro de los grandes pilares de su vida apostólica. “Mi paso por el Seminario como rector fue una enorme gracia de Dios. Allí sentí su fuerza en cada seminarista que el Señor ponía en mis manos. Nunca olvidaré la alegría que me producía cada ordenación sacerdotal, porque en realidad estábamos actuando con alguien a quien Dios le había regalado un don inestimable para ser otro Cristo en la tierra”, explica el sacerdote.
Jóvenes, adultos, seminaristas… y parejas. La preocupación por la familia ha sido una constante en los desvelos pastorales de Lucio González. “Viendo los cambios que se iban produciendo en las parejas y cómo afectaba a las familias, el señor Obispo me mandó a estudiar Psicología. Y estuve nada menos que 45 años en un gabinete psicológico, como sacerdote y psicólogo. El Movimiento de Familias Cristianas surgió desde la seguridad de que a los matrimonios había que formarlos de una manera continua. Les ofrecíamos el Encuentro de Matrimonios, que era un encuentro de cada persona consigo misma, con su pareja y con Dios. Llegó un momento en el que muchos sacerdotes trabajaban con las familias en el movimiento”, recuerda.
Quienes también se acuerdan de aquella época son Manolo y Loly [no son sus nombres verdaderos]. “Lucio salvó nuestro matrimonio, que estaba en crisis. En uno de esos encuentros pedimos hablar con él en privado y nos soltó sin anestesia: ‘¿Ustedes se quieren? Porque si se quieren, si hay amor, todo se puede arreglar. Si no se quieren, no hay solución’. Él y las otras parejas nos ayudaron a recordar que nos queríamos y aquí seguimos, juntos y felices”, recuerda ella desde Santa Úrsula, en Tenerife.
Un capítulo de la actividad pastoral del veterano Lucio González Gorrín que ha dejado una huella honda en la vida diocesana es su apuesta por el entendimiento entre el mundo universitario y la Teología. “Los congresos Diálogo Fe-Cultura han marcado una época. Por primera vez en mucho tiempo, las instalaciones del Seminario rebosaban de hombres y mujeres universitarios que se sentaban al lado de hombres y mujeres comprometidos pastoralmente para dialogar sobre temas en los que podían encontrar puntos en común o compartir sus diferencias. Científicos de talla nacional, teólogos de fama internacional, artistas, músicos, actores… Todo empezó como una realidad muy modesta y la propia verdad del proyecto lo hizo crecer de una manera inimaginable. La Iglesia fue respetada intelectualmente en la Universidad a raíz de aquellos congresos”, asegura un profesor universitario que formó parte de los primeros comités organizadores.
“¿Un secreto para llegar a tantos campos y tan distintos? El mismo secreto que tienes tú: la meditación, la Liturgia de las Horas, el rezo del santo rosario, la celebración de la Eucaristía diaria. Eso hace que uno se vaya empapando de Jesús, que vaya adentrándose lentamente en el mandamiento nuevo de amar a Dios y al prójimo. Eso lo sentí intensamente en mis destinos pastorales”, reconoce Lucio, poco dado a las confidencias, siempre muy reservado en todo lo que respecta a sí mismo, en un arranque de sinceridad.
Quienes mejor le conocen, coinciden (“coinchiden”, diría él) en que la frescura de su ministerio reside en una vida espiritual intensa y en tener los pies siempre sobre la tierra, sin falsos espiritualismos, sin desentenderse de los sentimientos y la vida afectiva de las personas. “¿Cómo es posible ser mucho más hombre y cristiano? Viviendo el mandamiento del amor. Dicho de otra manera, descubrir no sólo al Dios que salva, sino al Dios que te hace persona, al Dios que te hace sacerdote, al Dios que te hace un ser humano equilibrado”, explica. “Dios siempre me está diciendo: sé capaz de dialogar, sé capaz de amar”, sentencia.
Lucio González Gorrín. Setenta y cuatro años. Cincuenta de ellos, sacerdote. El niño que a los 10 años dijo a su párroco en Guía de Isora que quería ser cura. El joven tres veces universitario. El seminarista que se entristeció porque a su compañero “Nando” (Hernando Perdomo) lo enviaron a su entrada en el Seminario “a Preparatoria”. “Eso era un curso menos que yo, pero luego Don Hipólito dijo que estaba listo para cursar primero, y eso me dio mucha alegría. Me ordené con Nando, aunque en distinto sitio”, recuerda emocionado.
Lucio, una columna fuerte, porque así hacía falta, que con el paso del tiempo va dejando ver su lado más entrañable. “Cada vez que veo el edificio del Seminario viejo siento el hálito de aquel entonces y la presencia de los compañeros”, confiesa conmovido, con la mirada un tanto perdida en aquellos tiempos en los que aprendió a sembrar las semillas de la felicidad de la que ahora disfruta. Este ahora en el que echa la vista atrás y contempla toda una vida. “Cuando miro al Señor y compruebo lo bueno que ha sido… Me gustaría ser como Pablo: alguien que siendo pecador quiere completar la pasión de Cristo”, concluye.